Día 322 desde el inicio de la plaga.
Son las 16:17. Soy el único superviviente en millas a la redonda y sigo encerrado en mi casa. Aunque por poco tiempo, la comida se acabó hace días y necesito desesperadamente beber agua. Tendré que salir fuera; intentar conseguir algo que llevarme a la boca.
Es un suicidio. Miro a través de las ventanas tapiadas desde hace tiempo y solo veo infectados. Quietos, impasibles. Pero sé que en cuanto ponga un pie en la calle, despertarán. Su única función para no morir es acabar con los vivos, con todos nosotros. Hace mucho calor, a ellos no parece afectarles, yo ya no puedo más.
Allá voy.
Mi aventura termina demasiado pronto… No he dado ni dos pasos y ya me han detectado, no sé si me han visto o me han oído caminar. Me descontrolo y empiezo a correr desesperadamente sin rumbo fijo. Y así, acabo atrapado entre los infectados y un alto muro. Pronto llegarán y me rodearán, no tengo escapatoria. Estoy en el suelo encogido sin querer ser testigo de mi propio final; el de esta historia, como otras tantas, anónima…
No ocurre nada.
Abro tembloroso los ojos y miro a mi alrededor. Un zombie ha extendido la mano para levantarme, otro me ofrece un refresco y otro un pincho de tortilla. Todos ellos tienen una actitud amistosa, han sustituido el grito de «Braaains» por «Relaaax», y creo que yo he perdido la razón…
¡Un momento! Estamos de vacaciones, momento de relajación y descanso. Ellos dejan su trabajo de exterminar a la raza humana y nosotros el de sobrevivir. Así pues, disfrutemos de este pequeño sueño hasta que volvamos a pelearnos unos con otros y…

¡Felices vacaciones! 😉

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